martes, 6 de marzo de 2012

Nada.


Su pelo se movía con al ritmo de la música, se pasaba la mano por la cabeza y la dejaba deslizar por su cuello lleno de lunares.

Se quedó mirando al frente parada, le pareció que su padre le observaba.
Cuando la música comenzó de nuevo siguió bailando, su cuerpo parecía una sombra en aquel enorme escenario pero lo llenaba con su calor.

Se balanceaba mirando al techo, corría, saltaba y gritaba.

Y allí, al fondo,él, pequeño, más pequeño de lo que todos le recordábamos, miró a su hija a los ojos y sonrió. Era más feliz que nunca.

Calló al suelo y nunca más volvió a levantarse...

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